Vista desde el autobús que recorre el Parque de Timanfaya |
“El día primero de Septiembre de 1730, entre nueve y diez de la noche, la tierra se abrió de pronto cerca de Timanfaya, a dos leguas de Yaiza. En la primera noche una enorme montaña se elevo del seno de la tierra y del ápice se escapaban llamas que continuaron ardiendo durante diecinueve días [...]”. Así relataba en un texto manuscrito D. Andrés Lorenzo Curbelo, párroco de Yaiza, las erupciones que configuraron Lanzarote con su aspecto actual y que, de manera interrumpida, azotaron las isla durante cinco años y medio.
Lanzarote es más que un destino de sol y playa. Para el mí el atractivo real de la isla no recae ni mucho menos en ello. Lo que realmente hace que la visita merezca la pena es el paisaje. Es tan distinto, tan espectacular, tan increíble. En ciertos momentos, contemplándolo, no parece que estés en la Tierra.
Lo mejor es alquilar un coche para poder disfrutar de la isla en todo su conjunto, su pequeño tamaño lo permite (62km de norte a sur y 21km de oeste a este). La primera vez que estuve allí conducir se me “hizo raro”, algo extraño había pero no sabía exactamente que era. Después lo descubrí. En las carreteras no hay ni una sola valla publicitaria para preservar de esta manera el entorno. El artífice de esto fue César Manrique. Y es que hablar de Lanzarote, pasa irremediablemente, por hablar del artista. A su vuelta de Nueva York creó, junto con el cabildo insular, distintos espacios urbanos que fueron integrados magistralmente en el entorno. Podríamos decir que Lanzarote es lo que es ahora, gracias a la naturaleza y a César Manrique.
El Golfo- Laguna de los Ciclos |